martes, 28 de enero de 2014

Mi vida como enfermera

Ser enfermera te cambia la vida, y lo que es más importante, te cambia la forma en la que ves la vida.

Las enfermeras estamos hechas de una pasta especial.

Dedicamos la mayor parte de nuestra vida a cuidar de los demás, incluso cuando no estamos trabajando.

Hay mucho más allá de los horarios imposibles, de comer cuando los demás duermen, de trabajar los fines de semana o los festivos (¿qué es eso de librar en Navidad? ¿es que los hospitales cierran por vacaciones?).

La enfermería es una vida de entrega y de servicio, de escucha y de cuidar de los demás.

Cuidamos tanto de los demás, que a veces, sino la mayoría, nos descuidamos a nosotras mismas.

Y lejos de los anuncios, de las películas (para todos los públicos y las porno), las series...la mayoría de las enfermeras tenemos el pelo descuidado (sin tiempo para ir a la peluquería), pelos en las piernas (¿tiempo para depilarse? ¡ja!), ojeras (es lo que pasa cuando haces guardias de veinticuatro horas o empalmas turnos de doce horas dos días seguidos), varices, nos hormiguean las piernas, somos adictas al café, coca cola, redbull o cualquier bebida que contenga estimulantes que evite que caigamos redondas al suelo o nos pongamos a dormir en el control (sin necesidad de tumbarte, porque a veces estás tan cansada, que eres capaz de dormirte de pie).

Pero más allá de las obvias contra indicaciones diarias, del síndrome del burn-out (o lo que es lo mismo, estar más quemado que la moto de un hippie, porque no paras de trabajar, de cuidar, y cuando llega final de mes, tu sueldo es ridículo y te quemas, te quemas como una tea)..ser enfermera es, en la mayoría de los casos, un privilegio.

¿Por qué?

La mayoría de las veces, cuando más cansada estás, cuando estás agotada de pasear entre las habitaciones, de repartir medicamentos...es en éstas situaciones cuando aparece un paciente especial.

¿Qué es un paciente especial? Y no me refiero al que quema el botón de ayuda, para que le des agua, le subas las piernas, se las bajes, le cambies de postura cada veinte minutos, le vuelvas a subir las piernas, que tiene que hacer pis, que necesita la cuña (cambia cuña por batea...llamémoslo 'x'), que le bajes las piernas...etc..etc. Hablo del paciente que te arranca una sonrisa. Del que te recuerda que es gracias a ti, que se está recuperando, o que gracias a ti, está mucho más aliviado.

Porque hasta el paciente más complicado, hasta el paciente más 'pesado' está agradecido de nuestros cuidados.

Particularmente, me gustan los ancianos. Me gusta sentarme y escuchar sus historias. Me gusta cuando me hablan de su juventud, de como conocieron al amor de su vida, o de la inmensa felicidad que les embargó al tener a cada uno de sus hijos. Me gusta verles y oírles hablar con orgullo de sus hijos y sus nietos.

Los ancianos son partes muy importantes de la historia, su memoria es un libro, y es genial tener el privilegio de tenerlos tan cerca.

Creo que el momento más duro al que se enfrenta una enfermera, no es cuando ha de ayudar a morir a un paciente, sino cuando su paciente se muere. Cuando el paciente es alguien especial, porque aunque intentas ser profesional, con algunas personas, existe una química y un lazo que inmediatamente te hace conectar con ellos, y acaban por invadir una parte de tu espacio personal, son esos pacientes los que te hacen crecer, madurar...y son a los que más cuesta dejar marchar.

Al contrario, el momento más feliz, es cuando un paciente se recupera, le das el alta, y vuelve al cabo de unos meses, vestido de calle, que casi no le reconoces porque siempre le habías visto con el pijama y te saluda con una sonrisa de oreja a oreja, te da dos besos o un abrazo o todo junto y hace que casi se te salten las lágrimas de la emoción al verle.

Ser enfermera, es en muchos aspectos, una profesión que te llena, sobre todo, a nivel personal.

Mis pacientes, sobre todo los más ancianos, son los que me han hecho crecer como persona, los que me han hecho madurar, y creo, que si cada mañana me levanto para ir al trabajo, no es por el salario como en muchos otros trabajos, me levanto porque quiero verles, quiero cuidarles y quiero escucharles.

Cuando una enfermera se pone enferma, es incapaz de pensar en ella misma, en todo lo que ha aprendido a pensar es que dejará mal la planta de personal esa mañana por no ir, quién va a mirar por sus pacientes...y en la mayoría de las ocasiones, regresa sin recuperarse, porque se siente mal consigo misma por enfermar.

No sé cómo describir mejor mi profesión, que a fin de cuentas podría resumirse con la palabra 'entrega' y aunque yo nunca quise ser enfermera (siempre he querido ser médico), es ésta profesión la que me ha convertido en la clase de mujer que soy hoy en día, y debo darle las gracias, a pesar de las horas de ocio o de sueño que 'me roba'.