lunes, 24 de noviembre de 2014

No me caen bien

No sé cómo explicar esto, sin levantar ampollas, siendo además, como soy, de Burgos.

Lo diré así, rápido y sin tapujos, de hecho nunca me ha importado demasiado lo que los demás digan... u opinen de mí.

Los españoles en el extranjero (en su mayoría) no me caen bien, me caen mal.

Huyo de ellos, como la peste.

En serio.

Lo prometo.

Y voy a intentar explicarlo, porque llevo semanas experimentando esto, que no sé si es un odio a mi propia patria, un odio a mis paisanos, o que yo, simplemente soy una inadaptada, o que me estoy volviendo británica.

O que me adapto y estoy agradecida por todo lo que éste país (y no el mío) me está dando.

El caso es que, empezaré desde el principio.

Recuerdo, que cuando vivía en España, criticábamos (y mucho) el hecho de que los extranjeros llegaran a España, en su mayoría de América del Sur y que sólo se juntaran entre ellos.

Que no se adaptaran, que no se mezclaran con nosotros, que siguieran con sus costumbres, que se fueran en Navidades a casa a pasar lo que allí era el verano, que continuaran con sus costumbres (comidas, fiestas, rituales etc etc etc).

Estoy segura de que más de uno o de una, cuando lea esto, dirá: '¡Ostras! ¡es verdad!'.

Bien, pues ahora me mudo a vivir al extranjero (llevo casi tres años aquí) y ¿qué veo?
QUE LOS ESPAÑOLES HACEN LO MISMO.

Estoy harta.

Estoy aburrida.

Estoy cansada.

Estoy hasta las narices de aguantar quejas del país que nos acoge.

Llevo aquí tres año viviendo y mi mente se ha expandido como nunca. Tengo amigos de todas las nacionalidades: Americanos, Italianos, Griegos, Polacos, Rumanos, Rusos, Suizos, Suecos, Franceses...Ingleses.

Si, tengo amigos ingleses.

Creo que es algo que muy pocos españoles aquí, tienen.

Y no me extraña.

Y cuando digo que no me extraña, lo digo en serio.

¿Quién coño quiere ser amigo de alguien que está todo el día llorando por el clima, la comida o lo raros que son los ingleses?

¿En serio?

¿Quién querría ser vuestro amigo si lo estáis criticando?

Para que quede más claro, los ingleses no tienen la culpa de que hayamos tenido que emigrar.
No tienen la culpa de que nuestro gobierno esté corrupto.

No tienen la culpa de que la comida aquí sea diferente que en España, porque, espera un segundo, y seguro que digo algo que más de uno y de dos se sorprenden, esto NO ES ESPAÑA.

Desde que vivo aquí, he sido testigo de como mis compatriotas viven en un Erasmus (algunos cercanos a sus 40 años) continuado, que incluye, alcohol, fiesta y sexo descontrolado.

A mi me asustan.

Imaginaos a la gente que vive aquí.

Ruidosos.

Chismosos.

Criticones.

¿En serio es necesario que se entere todo el vagón del metro, de dónde sois?
¿De verdad es necesario que para que seamos amigos, te cuente detalles personales de mi vida el primer día? ¿de verdad?

Eso, por no contar que la mayoría de los españoles vive su paso por la isla, no como una opción para abrir su mente y crecer, sino como una continua y eterna penitencia, como si vivieran en una eterna semana santa, que me río yo de los monjes descalzos.

¡Ésta gente lo pasa mucho peor!

¡Y con diferencia!

¿He dicho criticones?

Bueno, todos sabemos que el deporte olímpico número uno en nuestro país no es la siesta, es el quejarse por todo y de todo de forma sistemática, seguido de criticar al vecino, aprovechando que hoy no está, vamos a cortarle unos trajes maravillosos a fulano o a mengano...

¿En serio?

A veces pienso, que a pesar de todo lo que se quejan, tienen demasiado tiempo libre para meterse en la vida del resto y opinar sin ningún tipo de criterio sobre la vida del uno y del otro, sin hacer introspección primero.

Y entonces, te das cuenta, de que el español medio, en el extranjero, hace lo mismo de lo que se quejaba cuando eran otros los emigrantes, GUETOS.

Juntémonos todos, porque la miseria y la tristeza compartida, es comprendida.

Y quejémonos, quejémonos mucho.

De lo malo que es éste país que nos da de comer, de como los ingleses no se adaptan a nuestras costumbres (¡como se atreven! hay que ser soso para dar la mano en lugar de ir repartiendo besos entre desconocidos... ¡como osan!) y sobre todo, de lo poco que se integran con nosotros.

Un segundo.

¿No será que es un poco maleducado, llegar a un sitio y quejarse de lo que encuentras?

Y aquí va mi pequeño consejo del día, si esto no os gusta... IROS.

Si tan grande es nuestro país, lleno de corruptos, un pequeño resort de vacaciones, dónde roba hasta el panadero (aunque sea él, el que vaya a la cárcel  y no el manda más), dónde el ser chismoso está a la orden del día (no hay más que ver que Salvame sigue líder de audiencia...aunque eso es como el PP que nadie lo vota, eso nadie lo ve ¿verdad?) y dónde criticar al vecino es deporte olímpico... volved.

Volved a la Edad Media de investigación, conocimiento y convivencia.

Estoy cansada de oír vuestras quejas, de lo mucho que echáis de menos a la familia, al perro del vecino, el sol y la comida.

Estoy cansada de que me comparen con vosotros.

Haceros un favor.

Iros.

Que yo elijo seguir en Europa, y adaptarme.

martes, 4 de noviembre de 2014

Juguetes Rotos

Creo que es una buena definición, concisa y clara, de la sensación que hace algunas semanas me invade.

Total y absoluto cansancio.

Me siento una mujer objeto.

Absoluta y abrumadora confesión en mitad de una recién estrenada madrugada.

Pero, es la verdad.

Tengo la mala pata de vivir en una sociedad que va de moderna, pero que de moderna tiene muy poco.

En la que las amistades entre hombres y mujeres, parecen ser cosa de cuando hacías castillos de arena,con apenas tres años, y ahora se ven simplificadas a la mínima expresión de: 'Tu eres una tia, yo soy un tio, y que más da si yo te gusto, vamos a follar'.

Eh.

Y lo que yo piense, que cojones más da.

Claro que sí.

No paro de asistir a actos de bravuconería machista, misógina, de testosterona elevada a niveles incongruentes, en las que más de un experto diría que con tal nivel de hormonas, lo esperado y más común, sería quedarse calvo (uno de los efectos secundarios de la hormona masculina, llamada testosterona).

¿Te haces fotos?

¿Qué sales en lencería?

Entonces, está claro que eres fácil, eres una buscona y eres una guarrilla del tres al cuarto.

Y una vez más, que más da lo que tu digas, pienses u opines, lo mucho que te quieras, qué importa, el cartel, ya está ahí, colgado.

Creo que llevo asistiendo a este tipo de actos durante tanto tiempo, que me cuesta creer y pensar, que ahí fuera no haya un solo tío, que no piense única y exclusivamente con la punta del cipote.

Y es que no parece que haya un solo hombre, que deje algo de sangre para irrigar su materia gris y considerar que la libertad de expresión no es sólo una cosa masculina, que no es algo arraigado al género, y que porque una tía sea abierta mentalmente, no significa que sea una puta.

Me encuentro con tios, tan inseguros de sí mismos que necesitan inventarse una persona que no existe para estar a tu altura (y yo apenas alcanzo el metro setenta) y que cuando lo consiguen, y te enamoras perdidamente, te destrozan hasta en el último rincón sobre, en el que, con un poco de suerte, no se hubiera orinado el último cerdo al que conociste.

Me encuentro con tíos, que para que les funcione algo, necesitan mandarle mensajes a cuarenta tías, o a todas las de la discoteca, para 'ver si pescan algo', quizás de nuevo, la inseguridad es lo que les precede.

¿Y qué decir de los juegos mentales?

Todas éstas historias son tan tristes, como que son la historia de una vida, en la que el pegamento para unir las piezas de mí misma, de una misma, rota, se acabaron.

Y en las que cada vez que me ilusionó con alguien, quiero pensar que no será igual de gilipollas que el anterior y que no tendré que volver a recomponerme como si de una 'Sally' se tratara.

Pero, cada vez que me ilusiono, me equívoco.

Y acabo como siempre, en una sala, llena de gente y de sillas, dónde a todos les parece muy fácil encontrar a su pareja, mientras que para otros, el invierno llega y nos recuerda, que da igual lo lejos que lleguemos, que da igual lo mucho que nos cuidemos por dentro, lo mucho que nos queramos, porque para ellos siempre seremos lo mismo.

Una mujer objeto.

Y que a veces, los golpes vienen de los que más cerca se encuentran.

Convirtiéndonos de nuevo, en un juguete roto.