martes, 4 de noviembre de 2014

Juguetes Rotos

Creo que es una buena definición, concisa y clara, de la sensación que hace algunas semanas me invade.

Total y absoluto cansancio.

Me siento una mujer objeto.

Absoluta y abrumadora confesión en mitad de una recién estrenada madrugada.

Pero, es la verdad.

Tengo la mala pata de vivir en una sociedad que va de moderna, pero que de moderna tiene muy poco.

En la que las amistades entre hombres y mujeres, parecen ser cosa de cuando hacías castillos de arena,con apenas tres años, y ahora se ven simplificadas a la mínima expresión de: 'Tu eres una tia, yo soy un tio, y que más da si yo te gusto, vamos a follar'.

Eh.

Y lo que yo piense, que cojones más da.

Claro que sí.

No paro de asistir a actos de bravuconería machista, misógina, de testosterona elevada a niveles incongruentes, en las que más de un experto diría que con tal nivel de hormonas, lo esperado y más común, sería quedarse calvo (uno de los efectos secundarios de la hormona masculina, llamada testosterona).

¿Te haces fotos?

¿Qué sales en lencería?

Entonces, está claro que eres fácil, eres una buscona y eres una guarrilla del tres al cuarto.

Y una vez más, que más da lo que tu digas, pienses u opines, lo mucho que te quieras, qué importa, el cartel, ya está ahí, colgado.

Creo que llevo asistiendo a este tipo de actos durante tanto tiempo, que me cuesta creer y pensar, que ahí fuera no haya un solo tío, que no piense única y exclusivamente con la punta del cipote.

Y es que no parece que haya un solo hombre, que deje algo de sangre para irrigar su materia gris y considerar que la libertad de expresión no es sólo una cosa masculina, que no es algo arraigado al género, y que porque una tía sea abierta mentalmente, no significa que sea una puta.

Me encuentro con tios, tan inseguros de sí mismos que necesitan inventarse una persona que no existe para estar a tu altura (y yo apenas alcanzo el metro setenta) y que cuando lo consiguen, y te enamoras perdidamente, te destrozan hasta en el último rincón sobre, en el que, con un poco de suerte, no se hubiera orinado el último cerdo al que conociste.

Me encuentro con tíos, que para que les funcione algo, necesitan mandarle mensajes a cuarenta tías, o a todas las de la discoteca, para 'ver si pescan algo', quizás de nuevo, la inseguridad es lo que les precede.

¿Y qué decir de los juegos mentales?

Todas éstas historias son tan tristes, como que son la historia de una vida, en la que el pegamento para unir las piezas de mí misma, de una misma, rota, se acabaron.

Y en las que cada vez que me ilusionó con alguien, quiero pensar que no será igual de gilipollas que el anterior y que no tendré que volver a recomponerme como si de una 'Sally' se tratara.

Pero, cada vez que me ilusiono, me equívoco.

Y acabo como siempre, en una sala, llena de gente y de sillas, dónde a todos les parece muy fácil encontrar a su pareja, mientras que para otros, el invierno llega y nos recuerda, que da igual lo lejos que lleguemos, que da igual lo mucho que nos cuidemos por dentro, lo mucho que nos queramos, porque para ellos siempre seremos lo mismo.

Una mujer objeto.

Y que a veces, los golpes vienen de los que más cerca se encuentran.

Convirtiéndonos de nuevo, en un juguete roto.


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