domingo, 25 de enero de 2015

Domingo

Los Domingos siempre son los días más putos de la semana, algo así como pasa con el 'pero' pero en versión 24 horas.
Es el último día de la semana, te recuerda, en algunos casos, lo lejos que estás de todo y de nada al mismo tiempo, y que mañana es Lunes y que empieza otra nueva semana.
Que toca volver al trabajo, que se termina el tiempo libre.
Hacía mucho tiempo que no entraba en el blog a descargar mis pensamientos, y no por falta de ellos, sino más bien por falta de tiempo.
Los Domingos para mi, suelen venir en forma de bofetada. De bofetada de realidad.
En particular, éste día de la semana, suele tener el poder de hacerme recordar lo mediocre y triste que en algunos aspectos es mi vida.
Pero (y aquí regresa ésta palabra tan puta), supongo que no soy la única que al echar la vista hacia atrás contempla un pasado almidonado, azucarado y quizás engalonado, porque los seres humanos somos idiotas hasta el punto de olvidar las cosas malas de la vida, y acordarnos solo de los grandes y buenos momentos.
El caso es que echaba la vista hacía atrás y me preguntaba en qué momento decidí que mi vida como enfermera era lo suficientemente mala, como para tirar por la borda todo lo conseguido en el campo de mi especialidad, la enfermería renal y salir en busca de un sueño, que por momentos se torna más en una pesadilla, de esas como las de las películas de terror.
Si.
Esas que se paran en mitad de la noche, en medio de la nada, encuentran una casa, entran vestidos de gala y salen con los pelos como locos, ensangrentados, faltándoles una pierna (sustituye pierna por brazo o por lo que más te apetezca) y al final de lo que se alegran es de haber terminado.
Así estoy yo ahora.
Colapsada en el plano profesional, hasta límites insospechados, con mi futuro laboral siendo una incertidumbre, colgando de un hilo y con una vida personal, que es de risa.
Uno debería pensar que estando como estoy soltera, podría dedicar todo el tiempo del mundo a estudiar y a mi curso, y en definitiva a dedicarme a mi misma.
El problema viene cuando lo que haces es exactamente eso y no llegas a la media que esperabas.
Y entonces te preguntas ¿para una cosa que hago, para una sola cosa, ni siquiera esto sé hacer bien?
Supongo que este sentimiento se ve acentuado, porque aún sigo intentando superar los golpes y secuelas psicológicas de mi última relación.
Si mi yo de hoy en día, hubiera tenido la oportunidad de visitar a mi yo del pasado, allá por el 2013, posiblemente me habría dicho a mí misma, que pasara de mi ex, que iban a ser los seis meses más dolorosos de mi vida, y que me iba a destrozar por completo, física y piscológicamente.
Aunque conociéndome, no me habría escuchado y habría seguido a la mía, al menos alguien me lo habría advertido.
Posiblemente este yo, también le hubiera avisado a mi yo del pasado sobre involucrarme demasiado con depende de qué personas y hasta que extremos, ya que al final culminaron siendo grandes decepciones.
Muchas veces me sorprende la facilidad con la que las personas consiguen manejar dos caras, dos vidas y dos tipos de situaciones completamente diferentes.
Lo que intento decir, es que yo a duras penas consigo sostener una vida, un trabajo, una carrera y un corazón.
Me sorprende el hecho de que haya personas que puedan sonreírte un día y decirte lo mucho que les gustas y que luego sean capaces de mantenerte apartada de su vida durante tres meses.
Y cuando deciden regresar, te mantienen como segundo plato.
Como caldo de cultivo de un ego, que no cesa. Como tampoco cesan los desplantes, ni los malos comportamientos.
Mientras tu te acercas a saludar y él se escurre entre tus brazos, devora con los ojos a una conocida.
Aunque por mensajes te diga lo mucho que le importas.
Finalmente, y tras haber conseguido salir de una situación así, agobiada hasta límites insospechados con mi carrera, con fechas límites que me impiden incluso conciliar el sueño, con mis recién estrenados 30 años... me pregunto qué estoy haciendo con mi vida.
Y es Domingo.