sábado, 20 de septiembre de 2014

No soy una princesa.

A las mujeres desde pequeñas siempre nos dijeron: 'Que niña más guapa'.

Nos lo dijeron tantas veces que llegamos a pensar que ser bonitas, bellas o guapas era lo único que importaba.

Porque desde pequeñas nos pusieron coronas, nos llamaron princesa, nos vistieron con vestidos rosas de tul, ropa que no nos dejaba pegarle patadas a un balón, ni correr...porque la podíamos ensuciar.
No nos dejaban jugar al fútbol porque eso era un deporte de chicos, si jugabas al fútbol las niñas no te hablaban porque ellas jugaban con muñecas, con la cocinita, a pasear al muñeco en el carrito...y si jugaban con niños era para hacerlo a los médicos o a 'papás y mamás' y así día tras día nos metieron en la cabeza la historieta de las princesas.

Además, nos contaron cada día la historia del valiente príncipe azul, cuya única meta en su vida era rescatarnos, de un futuro más que negro e incierto, repleto de peligros, de dragones, de maleficios y de mucha infelicidad e inseguridad hasta que él aparecía.

Nos contaron tanto ésta historia, que llegamos a creerla.

Llegamos a necesitar al príncipe azul para seguir adelante con nuestra vida, y soñamos en crecer para algún día mágicamente conocerlo y ser felices como perdices, para siempre.

Al igual que en los mágicos cuentos que nos metieron por vena desde la cuna.

Las princesas han de ser buenas, sumisas, guapas...y sobre todo, están asustadas y se enamoran del primero que las salva o que creen que va a salvarlas.

Y esperan.

Esperan encerradas en una torre sin hacer nada para salir de ella.

Y a nosotras, a nosotras nos enseñaron a ser como ellas.

Aprendimos a esperar a que el príncipe azul nos solucionara la vida, construimos nuestra existencia en torno a otro, a la idea de conseguir una pareja y así, sentirnos de una vez, por una vez, completas.

Aprendimos que conseguir una pareja era una lucha, lo que significa sentirnos amenazadas por todas las mujeres que nos rodean, no vaya a resultar que sean más guapas, o que su torre le pille al príncipe más cerca que la nuestra.

Aprendimos a querernos poco y sólo a costa de lo que nos quisieran otros.

Aprendimos a arreglarnos para que los demás nos vieran bonitas, no para sentirnos bonitas.

Aprendimos a que teníamos que arreglarnos para los demás, estudiar para los demás, y ser alguien para conseguir a alguien mejor.

Pero, ahora, ahora decido yo.

Decido que no soy la princesa de ningún cuento.
Decido que no vivo en una torre, que no tengo a ningún dragón custodiando la ventana de mi castillo, como mucho, a un gato.

Decido que no espero a ningún príncipe en su caballo blanco con su espada desenvainada, que me llegue a rescatar.

Os regalo mis vestidos de tul,mi príncipe azul, mi espejo y mi corona.

Pero también os regalo mis complejos, mis miedos, mis vacíos y mis celos.

Os lo regalo todo, porque todo ha sido impuesto, todo ha sido impuesto como un cuento de Disney, pero nadie me preguntó si lo quería, y desde aquí os digo, que no, que no lo quiero.

Además, necesito espacio para mis tacones, para las zapatillas de salir a correr, las botas.
Necesito ese espacio para subir, bajar, saltar, escalar una montaña, subir a un árbol..
Necesito espacio para mis libros, mis discos, mis fotografías, mis películas, para mis pasatiempos, para mis libros de poesía, para la literatura.

Espacio para los viajes, los paseos, la bici, los pinceles y el arte.

Necesito espacio para mi comida favorita, mis gominolas, el chocolate negro, el regaliz.

Necesito espacio para mi individualidad, mi libertad, para abrir mi mente, crecer, pensar y evolucionar.

Necesito espacio para correr, bailar, reír, buscar, descansar, tirarme en el césped a buscarle formas a las nubes o sentir los rayos del sol en mi piel.

Necesito tiempo para ver el mar, para ver amanecer y anochecer, para mirar el sol, para mirar la luna...para mis pequeños placeres.

Y es que las princesas nos hemos cansado de ser princesas, princesas que nunca quisimos ser.

Las princesas nos cansamos de besar sapos.

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