lunes, 12 de noviembre de 2012

La musa

Hay días en los que te sientas, coges un lápiz y las ideas fluyen, bailan, danzan sobre el papel.
Conviertes el caos que tienes en la cabeza, en arte.
Otros días, simplemente, no sólo no coges el lápiz, sino que no lo encuentras.
El papel ha desaparecido.
Al teclado le faltan letras.
Y a la cabeza sincronización, fluidez y lógica.
Las ideas se agolpan en la punta de los dedos, con ansias por salir, con ansias de ser oídas, ansias de ser leídas y quizás, comprendidas.
Pero hoy, hoy la puerta no se abre.
Las ideas no fluyen, no son consecuentes, no saben qué decir ni cómo.
La puerta no se abre porque no está ella.
La musa.
Admito que cuando ella me falta, no pocas veces he sido tentada de coger la esperanza y tirarla a la fosa común dónde muchas veces yacen los sueños.
Sueños que pasan de esa fosa común al más soleado de los días, y viceversa, y así, sucesivamente, un día tras otro.
Como si de una pila se tratará, el camino de un polo al otro, a veces se hace demasiado sencillo, rápido y sin mirar hacia atrás.
El sueño que hoy llora mañana sonríe y el que hoy muere a carcajadas mañana ahoga sus lágrimas en alcohol.
Lo bueno que tienen los sueños, es que muchas veces, aunque acaban en la fosa común, navegan, navegan en barcos con letras que hace tiempo fueron escritas.
Navegan y se mecen.
Les mece la música.
Y les asustan los gritos.
Los gritos siempre vuelven, siempre están.
Escapan al control, les hunde, me hunden y te hunden.
Pero rompen los cristales, que les separan de su musa.
Y sin darse cuenta, encuentran al lápiz, al papel y se mecen al son de la música mientras se colocan en una ordenada fila, para ser plasmados.
Los sueños lo han conseguido.
Saben más de ti.



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