miércoles, 2 de abril de 2014

Lo mejor de ser enfermera

Ser enfermera es una experiencia única.

Y no lo digo por tener que limpiar genitales, curar heridas o aguantar al típico familiar pedante e insoportable de turno.

Es una experiencia única porque te llena, te llena mucho de forma humana.

De forma económica, entre vosotros y yo , sí queréis haceros ricos, ser enfermero no es la profesión correcta, mejor os estudiáis una ingeniería, informática por ejemplo, y os venís a vivir a Londres.

Pero, sí queréis ser ricos de un modo 'espiritual' (que profundo me ha quedado) enfermería es una buena profesión.

Termine mis estudios allá por el 2006, que lejos quedan esos años de universidad al lado de esos ocho años de trabajo desde que acabe mi último examen.

Pero me encanta, me llena desde el día uno.

Como enfermera tienes la posibilidad de acercarte a las personas sin máscaras, sin caretas.

En la cama de un hospital, todos somos iguales.

De poco o nada sirven ya las medias tintas.

Estas enfermo y te enfrentas a tu yo más básico.

El yo sin traje y sin corbata, sin falda de tubo y sin tacones, y en muchas ocasiones, con unos pelos de loco/a que ríete tu de la bruja Lola y sus dos velas negras.

Y además, para colmo de males, te ponen un pseudo pijama que deja que se te vea el culo, como no te des cuenta.

-> aquí quiero daros un consejo: 
¡pedir dos! Una la ponéis por delante y otra por detrás y voilà! La impresión estética sigue siendo igual de horrible, pero al menos no se os ve más el culete :)

Tras el pequeño consejo de campo, sigo.

¿Por dónde iba?

¡Ah sí! Tu y mi yo más básicos.

Hay de todo como en botica que se dice en mi tierra.

Pero los tipos más comunes de pacientes son:

El desagradable, mandón  y además huraño y  poco agradecido.

El que quiere las cosas aquí y ahora (y pasas de ser enfermera a una esclava construyendo una pirámide en Egipto).

El que grita y te insulta y te suelta lo típico de: 'a mi me haces caso que para eso te pago tu sueldo' (antes me indignaba, ahora simplemente me río por dentro...mi sueldo dice, sí tuviera que aguantar lo que aguanto por dinero, hace años que estaba en el McDonalds).

Y el abuelito adorable (versión femenina).

Sí algo tienen en común estos pacientes, es que están asustados. Algunos, mucho. (Sobre todo los que más chillan).

El abuelito adorable, es aquel paciente anciano, que tiene un montón de historias y experiencias vitales que contar, son aquellos con los que estarías horas sentado escuchándoles con la boca abierta en forma de 'o'.

Me encantan.

Siempre que puedo, me escapo, me siento en la silla del acompañante o con ellos y dejo que me inunden con su sabiduría y su vida.

He llegado incluso a salir tarde del trabajo, o a llegar antes, por compartir mi tiempo personal, con más de un 'abuelito adorable'.

En mi casa, en Barcelona, tengo pequeños recuerdos físicos de muchos de estos pacientes (fotos, caramelos...), pero mi corazón está desbordado de recuerdos personales.

Además de los abuelitos adorables, me gusta ganarme a los pacientes menos fáciles de llevar.

Es un reto.

Ellos están ahí, enfadados y yo entro en su habitación sonriendo.

¡Buenos días!

Eso le cambia la cara a cualquiera ¿no?

Cuando te ganas la confianza y el respeto de uno de estos pacientes, ganas el doble, porque confían en muy poca gente (el médico es un matasanos) y respetan aún a menos gente.

Una vez que vences esa barrera, que la saltas o la sorteas, el premio son 'cien abuelitos adorables' (a veces no, sólo es una persona desagradable que te pone los pelos de punta desde la nuca hasta el tobillo).

He conocido a un montón de personas durante estos ocho años de trabajo.

Médicos, enfermeras, residentes, auxiliares, técnicos, limpiadores...pero sobre todo, pacientes.

¡Un montón! 

Y todos me han llenado de un modo u otro, de todos he aprendido cosas, y algunos incluso, me han aconsejado.

Me he deleitado escuchando las mayores  historias de amor (he visto morir por amor), escuchando las historias de la guerra, las de la vida, las de familias unidas, otras que no se hablan y algunas que se odian; historias de lágrimas, muchas de sonrisas.

Ser enfermera es increíble.

Ayer salí tarde de trabajar.

No me importó.

Nadie me esperaba en casa, pero esa es otra historia.

Yo, estaba sentada en una habitación, compartiendo risas y escuchando experiencias de una de mis pacientes.

Ser enfermera y poder acceder a ese lado de la vida, y pararse a escuchar las voces del mundo, es genial.


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